La Marihuana (Cannabis sativa) se ha vuelto en nuestros días un tema constante de debate y simboliza perfectamente la pugna entre los partidarios de la liberalización total del consumo de sustancias psicoactivas de una parte y por otra parte de los oponentes a toda tolerancia hacia ellas. Esas posiciones encontradas nos obligan casi automáticamente a escoger entre dos opciones “cerradas”: la primera que se envuelve púdicamente en el manto de la tolerancia, la libertad y un acercamiento seudo “angelical” a la “hierba”; la segunda que sataniza toda modificación inducida de los estados de consciencia y evoca horrorizada las cifras efectivamente escalofriantes de la drogadicción en el mundo. Al pronunciarse sobre este tema, uno se arriesga a parecer un verdugo mandado por el “establishment” para mantener el orden moral o un irresponsable rezago de la fantasía hippie incapaz de enfrentar los retos del mundo moderno.
Queremos intentar abrir un tercer espacio ubicado a igual distancia de ambos grupos que se refuerzan mutuamente por presentar posturas que consideramos distorsionadas de la realidad y basadas en un cierto grado de auto-engaño sino de impostura. Sin embargo, quisiéramos dirigirnos en prioridad a los defensores del uso incondicional de cannabis ya que nuestra posición no puede ser sospechada por parte de ellos de parcialismo a favor de una prohibición ciega del uso de toda sustancia psicoactiva. Desde el primer número de esta revista hemos señalado que “el grupo que promueve una prohibición total de cualquier sustancia psicotrópica toma el riesgo de amenazar la libertad individual, participar a una desvitalización de las culturas autóctonas y finalmente favorecer el tráfico de drogas” (Mabit, 1992). Y más allá de las palabras, el Centro Takiwasi demuestra en sus actividades terapéuticas y pedagógicas, con evaluaciones de investigación psicoclínica (Giove, 1996), que un uso correcto de plantas psicoactivas no es dañino y además puede permitir tratar a los toxicómanos.
Creemos necesario insistir desde el inicio sobre nuestra convicción del indiscutible valor de la Cannabis sativa. Tiene virtudes medicinales innegables, demostradas y apoyadas en una comprobación empírica de siglos. También posee aptitudes para la ampliación de la consciencia y la enseñanza espiritual que permiten clasificarla sin duda en el grupo de las plantas sagradas o plantas maestras.
Es precisamente por ello que, como toda sustancia psicoactiva natural y de uso ancestral y sagrado, merece otro trato que una condena generalizada y ciega como tampoco puede ser objeto de un consumismo degradante, indiscriminado y a fin de cuentas, irrespetuoso y no exento de peligro. Lamentablemente, sus defensores tienden a prestarse a posturas que, lejos de aportar argumentos abriendo a la tolerancia, más bien señalan una gran confusión de criterios e incitan a poca comprensión. Creemos necesario esclarecer el debate analizando la ubicación actual de la marihuana en nuestra sociedad contemporánea y la distancia entre discurso y hechos en base a nuestro privilegiado punto de observación.
Creo que ya no es necesario demostrar que los efectos del uso de cualquier sustancia psicoactiva dependen de tres factores condicionantes: sustancia, consumidor y contexto.
Cualquiera sabrá diferenciar el consumo de un alcohol fuerte adulterado por un niño de doce años en una pandilla de zona urbano-marginal, del consumo de champagne de calidad en el seno de una familia para festejar un matrimonio o del uso ritual de vino durante la eucaristía cristiana. Siempre se trata de consumo de una sustancia psicoactiva, el alcohol, donde sobran los estudios científicos demostrando su potencial nocividad, los riesgos de adicción y su enorme costo social y económico. Ningún cirujano se pasaría de los servicios de la morfina a nombre de los fumaderos de opio de Macao o de los heroinómanos de Ginebra. No se ven campañas contra el abuso de azúcar refinada a pesar del enorme daño colectivo sobre la salud y la adicción de una importante fracción de la población a este producto. Y la lista puede seguir... (Mabit, 1995).
Del mismo modo, ¿será similar el consumo del bhang en las sociedades iniciáticas o por los yogis en la India, el consumo tradicional del hachís de los campesinos de Marruecos, el consumo lúdico de “hierba” entre jóvenes de las sociedades urbanas occidentales, el consumo mixto con ayahuasca en Iglesias del Santo Daime en Brasil y la mezcla con pasta básica de cocaína en los “huecos” de los barrios marginales de las urbes latino-americanas? ¿De qué marihuana estamos hablando? ¿A qué tipo de consumo nos referimos?
Cuando hablamos de factores vinculados a una sustancia nos referimos a su calidad y a su dosis la que incluye cantidad y frecuencia de consumo. La Cannabis tiene múltiples formas de uso y múltiples calidades de plantas. Sin embargo los estudios científicos demuestran un potencial tóxico ya conocido por las sociedades tradicionales por lo que como lo señala el famoso indianista Alain Daniélou “la hoja se machaca entre dos piedras y se enjuaga con abundante agua, lo que permite extraer los elementos nocivos. Se prepara una bebida con leche de almendras, mezclándose el equivalente de una gruesa oliva de Bhang que cada uno ingiere con respeto.” (Daniélou, 1992). Se trata de un procedimiento de detoxificación, de una ingesta a frío por vía digestiva y no caliente por vía respiratoria. La inhalación del humo modifica la farmacodinámica del producto: se evade la protección natural de la barrera digestiva y se aumenta el proceso de asimilación sanguínea transpulmonar mientras la combustión genera nuevos metabolitos.
Daniélou agrega, con la autoridad que le otorgan sus cuarenta años de convivencia íntima con el grupo de los iniciados de la India al cual perteneció, que “la práctica de fumar el cáñamo es fuertemente desaconsejada en India, los elementos tóxicos no son eliminados...
Como para cualquier sustancia psicoactiva existe un alto grado de susceptibilidad individual. Esta susceptibilidad se manifiesta en la intensidad de los efectos inmediatos como en la dependencia posible. Existen individuos poco afectados por la marihuana y otros que responden rápidamente con alteraciones fuertes de la ideación y de la conducta, estados confusionales con desorganización del comportamiento. Este factor no puede ser ignorado cuando se propone la libre disposición de la marihuana.
Del mismo modo, a pesar de ser catalogada como “droga suave”, se pueden crear en ciertos individuos dependencias extremadamente fuertes a la marihuana. Las características de esa dependencia, según nuestra observación, son las siguientes:
> Distorsión paulatina de la percepción de la realidad: la lentitud y sutileza de este fenómeno no permite al sujeto identificarlo y concientizarlo. Ahí no estamos con efectos “dramáticos”, comparables al uso de heroína, pasta básica de cocaína o crack, por lo que es más fácil para el sujeto ignorar su propia transformación que no identifica claramente.
> Fenómeno de “mentalización”: el campo perceptual se focaliza a nivel mental, borrando imperceptiblemente los efectos de tipo emocional. El sujeto sustituye progresivamente su “corazón” por su “mente”. Confunde “sentir” y “pensar”. Los curanderos dirían que su energía se está concentrando en su cabeza. Lo intuyen además muy bien los que consumen marihuana para realizar un trabajo intelectual y estimular su capacidad mental. Lo que puede ser un uso temporal inofensivo también puede volverse una manera permanente y patológica de percibir el mundo.
> Desencarnación: la hiperactivación mental proporciona la sensación de resolver numerosos problemas, tener ideas “geniales”, entender cosas complejas. Sin embargo es característico observar que esos mismos sujetos tienen extremas dificultades en concretar esas ideas, en inscribirlas dentro de la materia, realizarlas en la cotidianeidad. Se conocen estudiantes universitarios generando ideas “brillantes” para su tesis, la misma que nunca logran concluir. Lo podríamos ilustrar diciendo que el sujeto se dilata en forma aérea y pierde el enraizamiento en la tierra, tiende a desmaterializarse.
> Proyección en una realidad virtual: el adicto a marihuana llega a creer que pensar y vivir es lo mismo. Una gran parte de su ser se invierte en un mundo imaginario o virtual sólo por él percibido o compartido en forma evanescente con los compañeros de consumo. Este aspecto me parece dramático cuando abarca la esfera de lo espiritual ya que transforma la vivencia espiritual encarnada en un mero ensueño etéreo, un raciocino talvez brillante pero incongruente con la vida cotidiana, sin compromiso con la realidad ordinaria. Recrea simbolismos, conexiones, interpretaciones que nunca llegan a tener la sanción de la realidad. De ahí nace un apetito por todo lo esotérico, lo mágico, los mundos paralelos... que permiten mejor evadir el aquí y ahora.
El encuentro de la sustancia y del sujeto se da dentro de un contexto que influye poderosamente sobre los efectos del consumo. Encontramos con gran frecuencia que los adeptos a un acceso libre a la marihuana reivindican su benignidad por el hecho de que esta planta se consume desde hace siglos en sociedades tradicionales sin determinar ninguna patología. Sin embargo es contradictorio notar que precisamente en el contexto contemporáneo los que defienden esta postura no pertenecen a esas sociedades tradicionales, no las conocen desde adentro (lo que requiere tiempo y dedicación) ni tampoco respetan sus criterios de consumo. En especial, además del modo específico de ingesta, ignoran los elementos rituales indispensables para un acercamiento correcto a la dimensión espiritual inherente a todo acto sagrado como es el ingerir una planta maestra. La adquisición de este conocimiento exige un aprendizaje e iniciación guiados desde las fuentes mismas de esa sabiduría ancestral: quien hizo el esfuerzo de seguir este camino dentro de la legión de consumidores de marihuana: según un reciente informe oficial llegarían a por lo menos unos 15 millones sólo en Estados-Unidos…
El contexto habitual de consumo de marihuana en la sociedad moderna es prioritariamente lúdico. Constituye un modo de identificación a ambientes marginales, y manifiesta un distanciamiento con el formalismo del establishment. Evoca una rebelión de rasgos adolescentes ubicada entre el movimiento político-mesiánico de los rasta y una espiritualidad evanescente libre de toda conexión a una institución o iglesia. Permite un compartir agradable con amistades sin mayor compromiso social. Evoca atmósferas de relajamiento, de euforia, de goce sensual donde se puede asociar eventualmente comida, bebida y sexo. Es para algunos el descanso del fin del día o del fin de semana, el escape en un momento de placentero ensueño donde uno puede dejar correr su imaginación, recrear sus ideas las más fantasiosas, dejar divagar el pensamiento, soltar las tensiones inducidas por las múltiples obligaciones del mundo moderno. Es como darse el derecho a un recreo, a un paréntesis.
En sí, el aspecto lúdico no es rechazable y responde a una necesidad natural del ser humano. Lo que nos parece más bien deplorable es la exclusividad de este modo de consumo y la sistematización de los contextos de inducción que excluyen finalmente todo acercamiento realmente sagrado y encierran la experiencia de consumo en un sistema de valores infantiles o, a lo más, adolescentes. Ya no se trata de descanso sino de evasión y es ahí donde se trama la actitud adictiva. En este esquema de consumo los sujetos no se ven incentivados a intervenir en el tejido social, manifestar compasión activa, ser actores en su medio. Tienden a quedarse en el discurso oral o escrito, muchas veces prolífico hasta llegar a la verborrea, talvez brillante (fascinación intelectual) pero indigesta (pesadez intraducible en actos). Algunos portavoces del New Age nos parecen perfectos prototipos de este defecto: sus discursos fascinan la mente, excitan las neuronas pero carecen del entusiasmo (in-theos) y de la inspiración de un espíritu ardiente, el único capaz de tocar el corazón. Finalmente se vuelven los sujetos los más pasivos y sumisos frente a un orden social del cual pretenden demarcarse y contra el cual se contentan de luchar verbalmente sin actuar. En este contexto, ser “cool” nos parece evocar más un estado de dimisión que una auténtica serenidad.
No puede sino llamar la atención que precisamente el consumo de marihuana empiece en 90% de los casos a la adolescencia (12-14 años). Corresponde a una fase de rechazo de las propuestas del mundo adulto percibidas como aburridas y apremiantes. Frente a las obligaciones que se perfilan existe la tentación de mantenerse en la infancia, no crecer, preferir las fantasías y la magia a la realidad que se presenta de manera demasiado triste, monótona, rutinaria, falta de inspiración, de entusiasmo, de espíritu de aventura. Lo que se entiende como una crisis clásica al cambio de edad, se vuelve preocupante cuando petrifica al sujeto de edad adulta en comportamientos adolescentes. El consumo regular de marihuana desde la adolescencia con ese marco social no ayuda a evolucionar sino tiende a mantener al individuo en un prolongado estado de inmadurez, recordándonos la figura del “puber aeternus”, el “eterno adolescente”.
Entendemos que es el contexto colectivo de una sociedad con pocas proyecciones estimulantes para el individuo que favorece la apetencia por este tipo de evasión. Pero entendemos también que culpar únicamente a la sociedad corresponde otra vez a una actitud de des- responsabilización del individuo. Nadie está obligado a fumar marihuana ni a continuar haciéndolo. Sin embargo el debilitamiento precoz de un sujeto que no pudo, entrando en la adolescencia si no es desde la niñez, estructurarse y formarse una personalidad propia, facilita el establecimiento de la dependencia a la marihuana. No se puede ignorar que existen numerosos casos de real y seria dependencia a la marihuana: algunos casos llegaron hasta nuestro Centro. Y como ya lo señalamos, es una dependencia difícilmente reconocida por el sujeto y con mayor razón si el contexto “alternativo” fomenta un consenso pernicioso sobre la benignidad de la marihuana. El “marihuanero” se siente confortado por el medio “new age” en su consumo asiduo como lo es el alcohólico en una sociedad culturalmente construida alrededor del vino. Cuando fumar marihuana es la norma del grupo (estudiantes, artistas, periodistas, etc.) ¿Quién percibe la distorsión si ésta es ampliamente compartida?
Nadie ignora que el terreno es fundamental para que se instale una verdadera adicción. Existen antecedentes que crearon las condiciones favorables al desarrollo de una fármaco-dependencia. Pero precisamente creemos que la gran mayoría de los sujetos en nuestra sociedad occidental post-moderna no pasa de una estructuración de tipo infantil o adolescente. Se perdieron los ritos de pasaje, no existe una transmisión del saber ancestral desvalorizado en relación a los “últimos avances de la ciencia”, los sistemas de protección social tienden a des-responsabilizar los individuos, etc.: ¡toda la sociedad está enferma! Por lo que consideramos que los sujetos aptos para el enamoramiento con la marihuana son numerosos y en todo caso en cantidad mucho mayor de lo que aceptan reconocer los defensores activos de la marihuana que, por supuesto, se auto-excluyen automáticamente del grupo de los dependientes.
Por otra parte, en algunos casos, una vez agotado el interés por la “benignidad” de la marihuana, el consumidor buscará efectos más intensos explorando sus reacciones a sustancias más poderosas. En nuestra experiencia, 90% de los pacientes internados en Takiwasi por dependencia a la destructiva pasta básica de cocaína iniciaron su consumo con marihuana. Durante el tratamiento observamos la desaparición de los síntomas en orden regresivo (vicariación regresiva) donde se borran en primer lugar los síndromes que aparecieron últimamente. Nos llama la atención como, una vez superados los comportamientos e ideaciones vinculados a la pasta básica de cocaína, recién se manifiestan los producidos inicialmente por la marihuana. Si bien los efectos explosivos de la PBC son difíciles de obviar por el mismo adicto, el enfrentar en una segunda etapa los rasgos típicos de la marihuana representa un gran reto y por lo general un obstáculo mayor. Se nota una fuerte resistencia y la tendencia a disociar los efectos de la PBC y de los de la marihuana como si no ocurrieran en el mismo sujeto, y apoyados en la misma estructuración de personalidad. Por lo tanto, el tratamiento del adicto a la marihuana se revela particularmente arduo y muchas veces más penoso que con otras sustancias aparentemente más dañinas. Es difícil olvidar esos datos cuando se propone libre acceso a la marihuana.
En el Centro Takiwasi, el uso de plantas medicinales según la enseñanza shamánica amazónica induce durante las sesiones un estado de videncia y la aptitud a percibir el cuerpo energético del paciente. Los consumidores regulares de marihuana manifestaron siempre una opacidad de su cuerpo energético, una concentración excesiva de energía a nivel mental, una falta de punto-tierra, a veces un desencaje del cuerpo físico con el cuerpo energético. Todo ello genera confusión y desorden, interior y exterior. Cuando se opera una limpieza energética con plantas purgativas (Aristoloquia didyma), se les observa un bloqueo energético mayor a nivel hepato-biliar que suscita violentos y sufridos vómitos. El acceso a las enseñanzas proporcionadas por el ayahuasca se les hace inicialmente más difícil, especialmente para adentrarse en el conocimiento de sí mismo, existiendo una marcada tendencia a proyectarse fuera de sí. ¿De qué sirve pasearse en los mundos inter-galácticos y charlar con seres cósmicos, hilvanar teorías sofisticadas y elaboradas metafísicas, si uno es incapaz de armonizar su vida cotidiana y regular sus relaciones con su entorno directo? ¿Cómo construir para elevarse sin establecer previamente sólidos cimientos sobre los cuales apoyarse?
El Cannabis se utiliza en actos religiosos en varias culturas y con beneficios innegables. Esas sociedades tradicionales integran este uso dentro de un contexto sagrado que siempre incluye un ritual heredado de una tradición iniciática. La planta es considerada como maestra ya que le habita un espíritu vivo, apto a enseñar cómo se le tiene que acercar. En otras palabras, el ritual no es una construcción imaginativa del sujeto sino un código de comunicación dictado por la esencia misma de la planta, su naturaleza o estructura propia. No se trata aquí de una creación artística basada en el esteticismo ni de un entorno teatral destinado a favorecer la sugestión, donde cada cual se puede improvisar su propio sacerdote, sino de un actuar operativo, eficaz, una tecnología sagrada resultado de un largo aprendizaje. Como todo lenguaje, requiere de rigurosidad y precisión para ser eficiente y no dañino. El objetivo es permitir una comunicación con la esencia de la planta, su “alma”, entidad viviente e inteligente.
Se entiende que se propone una actitud de profundo respeto hacia los “dioses” y que un acto sagrado con una planta sagrada requiere desarrollar una sacralidad tanto interior como exterior. Así por ejemplo Daniélou insiste sobre la actitud de respeto adoptada en la India que incluye un baño ritual y el ponerse ropas limpias y precisa que “el espíritu del cáñamo invitado mientras uno sigue con otras actividades es molestado y ultrajado” (op. cit.).
La adicción se entiende entonces como el resultado de una transgresión donde el espíritu ofendido de la planta llega a posesionarse del individuo. La cura de esta posesión será entonces un exorcismo destinado a apaciguar al espíritu interesado y convencerlo de abandonar a quien se volvió su víctima.
Concluye diciendo : “Los espíritus del cáñamo, del tabaco, de la amapola, de la coca, son divinidades amigas del hombre y que permiten suavizar sus sufrimientos y abren para él las puertas de los mundos sutiles; su prohibición como su uso irracional son igualmente erróneos y provocan la malevolencia de las divinidades ultrajadas.” (op. cit.).
En muchas personas que se ubican en un camino de “búsqueda” personal, la marihuana tiende a bloquear su evolución. Se enredan en sus juegos mentales hasta a veces perderse en serios estados de confusión que les hacen optar por conductas inadecuadas o peligrosas, como lo hemos podido observar en varias oportunidades. La adicción a la marihuana, lo repetimos, es raras veces admitida por el interesado. No deja de sorprender las múltiples argucias, típicas de la búsqueda de justificación del adicto, que puede presentar un sujeto dependiendo de la marihuana. Su “enamoramiento” es tal que no hay discurso razonable que pueda alcanzar un estado en el fondo totalmente irracional. Sin embargo en una persona sincera, es posible solicitarle medir su ausencia de alienación mediante un tiempo de prueba sin ningún consumo de cáñamo. Este tiempo permite evaluar el grado de dependencia a la marihuana.
El Cannabis se utiliza en actos religiosos en varias culturas y con beneficios innegables. Esas sociedades tradicionales integran este uso dentro de un contexto sagrado que siempre incluye un ritual heredado de una tradición iniciática.
Entre el consumidor empedernido y el abstemio, existe toda una gama de estados y relaciones más o menos estrechas con la marihuana. Numerosos consumidores tienen un control de su consumo como mucha gente sabe saborear un buen vino sin llegar a una dependencia alcohólica. En este caso, no hablemos de búsqueda espiritual sino simplemente de crear momentos de relajación. Los defensores del uso de marihuana señalan con razón que mucha gente acostumbrada a su uso episódico o regular siguen “funcionando” bien. Se entiende que su hábito no entraña consecuencias inmediatas perjudiciales para el resto de la sociedad. Pero, me pregunto si en la relación con las plantas sagradas se trata solamente de “funcionar” y si la ausencia de consecuencias patentes de corto plazo a nivel social no es subestimada en el largo plazo por el desapego progresivo a una verdadera participación ciudadana, por la incapacidad paulatina a transformar concretamente la realidad para el bien común. El poco desgaste físico inducido por la marihuana refuerza la idea de su inocuidad cuando la perturbación inducida es ante todo de tipo energético y psíquico-espiritual. A posteriori, algunos amigos que consideremos adictos a la marihuana y que finalmente accedieron a dejarla un tiempo, pudieron testimoniar de una mejora física, psíquica y espiritual indiscutible. Esta contra-prueba me parece sumamente convincente. Igual fenómeno se observa en los pacientes que pasan por Takiwasi.
El fenómeno de mentalización encuentra eco en cierta literatura seudo-espiritual que permite flotar en amables divagaciones sin mayor cambio de su realidad propia. Deseamos ilustrarlo brevemente con el ejemplo de dos figuras prominentes del New Age, Castañeda y Osho: cualquier visita a una librería “esotérica” o a un mostrador de zona de tránsito de un aeropuerto internacional permitirá completar la lista.
En efecto, es inicialmente sorprendente el paralelismo entre el consumo de marihuana y la afinidad con las obras de Carlos Castañeda. Los marihuaneros se encuentran perfectamente a gusto con este tipo de literatura. Este autor tuvo el mérito de sensibilizar mucha gente a otros aspectos de la realidad y de revelar la existencia de una poderosa corriente en la sociedad occidental sedienta de espiritualidad y de cambio de perspectiva. Ha sabido traducir la inquietud existencial contemporánea en una fina y estimulante expresión literaria. Sin embargo, presenta un mundo fantástico sin metodología clara para proceder y prácticamente inalcanzable por un individuo normalmente constituido. Por otra parte mantiene un silencio absoluto sobre lo esencial: la vida afectiva, lo cotidiano, lo concreto. Nos encontramos sumergidos en magia, brujería, parapsicología, fenómenos raros... un mundo evanescente donde no parece existir seres de carne y hueso, gente común y corriente como usted y yo. Nos acercamos a una realidad virtual siempre huyendo más allá, escurriéndose a toda aprehensión y con un discurso propio a alimentar los juegos confusos de la mente. Hasta el mismo Castañeda parece un fantasma de quien se sigue discutiendo la autenticidad de las experiencias, la nacionalidad, el estatus social, el nivel real de conocimiento y de evolución personal. ¿Por qué tanto secreto y tanta oscuridad cuando se publicita a decenas de miles de ejemplares? ¿Acaso la verdad se esconde, la luz se tapa? Luego de mucho andar en medio de esta corriente de gente en búsqueda espero todavía encontrar al discípulo de Castañeda que pueda hablar claro, transmitir con método su experiencia y demostrar en su persona un evidente avance en su evolución personal. Castañeda nos permite soñar pero no proporciona la receta para hacer el sueño realidad: ahí veo su afinidad con el cáñamo fumado en nuestra sociedad, ambos volátiles y desencarnados, seductores y confusos.
Quisiera también brevemente citar el influyente Bhagwan Shree Rajneesh, promotor del consumo de marihuana y de una filosofía del amor indiferenciado. La invasión de sus libros va a la par con una inflación del ego que es más convincente para sus adeptos cuando más increíble. El “maestro iluminado” no duda en afirmar tajantemente: “Soy el comienzo de una consciencia totalmente nueva”, nada menos. En nuestra observación, los adeptos de Osho muestran un desajuste importante a la realidad ordinaria y en sesiones de curación con plantas amazónicas, revelan grandes perturbaciones energéticas. La marihuana y el sexo indiscriminado son las herramientas básicas utilizadas por Osho para seducir y contagiar a nuevos discípulos. Responde a una tendencia típicamente occidental de consumismo, libertinaje confundido con libertad, evasión del sufrimiento, entrega ciega a un gurú quien asume un seudo papel paterno des-responsabilizante. La involución mediante la fusión y la indiferenciación (de sexo en especial) se opone al camino interior de individuación (en términos junguianos) y diferenciación que pasa obligatoriamente por la travesía del sufrimiento y la confrontación solitaria consigo mismo.
Es de notar de pasada que ambos “maestros” que predican el desapego a las cosas materiales no se distinguieron por ser particularmente desinteresados al dinero y los bienes materiales.
La introducción de la marihuana fumada en los rituales brasileños del Santo Daime (ayahuasca) ha sido el factor preponderante en la escisión del grupo inicial del maestro Irineu, estimulando los conflictos y la competencia, según la confesión que nos hizo la esposa de éste. Actuó como un elemento de división y confusión, inflando el ego de algunos discípulos y llevando a sucesivos cismas: ahora existe una decena de sectas diferentes. Esa asociación improvisada parece responder más a la demanda de sectores urbanos que nacer de la iniciación con ayahuasca. Los shamanes de la Amazonía peruana que conocemos rechazan tajantemente el fumar marihuana durante una sesión con ayahuasca. Sin embargo, siendo una medicina dinámica siempre dispuesta a enriquecerse de aportes nuevos, promueven una investigación empírica con el fin de explorar las virtudes de esta planta sagrada. Poseen una metodología para ello que consiste básicamente en entrar en trance visionario con preparados enteógenos y de ahí ingerir progresivamente una infusión o decocción para “ver” el espíritu de la planta y entablar una respetuosa negociación con él. Se entiende que este procedimiento necesita experiencia y una adecuada preparación de maestros y no sólo el atrevimiento de novatos.
Me temo que los principales defensores del uso incondicional de la marihuana sean finalmente los mejores proveedores de argumentos a favor de su prohibición. Se debe en gran parte a su actitud irresponsable frente al riesgo social: no se puede ignorar que un niño o un adolescente no es apto para un consumo sin guia de una sustancia que potencialmente lo puede confundir, volver adicto e inducirlo a mayores dependencias. Por lo que es inaceptable su libre disposición a manera de producto inofensivo como lo es una prohibición ciega. Y me temo que numerosos adultos no tengan en nuestra sociedad más de 12 años de madurez psico-afectiva... Todo debate sobre la legalidad requiere una previa consideración de los criterios de legitimidad.
Al tomar como referencia el uso ancestral, también sería honesto especificar que la marihuana no debe ser fumada según esa antigua sabiduría y que existen condiciones precisas para su correcta ingesta. Luego se tendría que distinguir entre los usos de la marihuana : médico, recreativo o religioso. Cada uno requiere un modo de preparación diferente y un contexto de ingesta adecuado. Una planta enteógena puede ser solicitada a esos tres niveles. Si se trata de hacer una infusión relajante, no se requiere de un ritual largo y complicado ya que se solicita de la planta sólo un efecto físico. Pero si se solicita a la planta una enseñanza, un descubrir de los mundos sutiles o una exploración del inconsciente, el ritual indicado con actitud interior de sincera consideración se vuelve indispensable para no operar una transgresión prometeica finalmente dañina.
La marihuana no es una sustancia, término que la objetiviza y le despoja de su dimensión viva, energética, espiritual. Es ante todo una planta sagrada. El modo habitual de uso contemporáneo la reduce a un simple producto de consumo en una típica actitud materialista occidental. Ahí es donde se encuentran oponentes estrictos y defensores encarnizados: son ambos rígidos secuaces de un materialismo virulento, agentes promotores de un mental dictatorial, confundidos en el grupo de los negadores del corazón. Como lo concluye sabiamente Daniélou: “Es a causa de su incomprensión de la realidad del mundo sutil que el materialismo moderno se volvió su víctima”.
Es tiempo de encontrar caminos que permitan proteger el acceso a las plantas sagradas, creando las condiciones de un acercamiento respetuoso, controlado, guiado, garante de inocuidad y de una auténtica vivencia espiritual. El lema occidental “todo, ahora y sin costo”, el mismo que enarbolan los adictos como perfectos representantes de esta sociedad desacralizada, no tiene vigencia en esta tercera vía. Este lema tipifica una actitud adictiva, matriz psíquica que lamentablemente predomina entre los consumidores de marihuana. La solución será progresiva, no inmediata y con un costo individual y colectivo, incluyendo para cada cual su cuota de sufrimiento libremente aceptado.
Publicado en la Revista TAKIWASI nº 5, pp 63-77, Tarapoto, Perú, 1997.