El rito y el símbolo

La palabra rito proviene del latín ritus y se refiere a un acto realizado de forma repetida e invariable en una comunidad cultural. Se fundamenta en los mitos y los símbolos, lo que le da una característica especial, operativa no solamente en lo cotidiano, pues cobra un sentido diferente, trascen- dente, un nivel superior.
El símbolo (simbolum) indica la conjunción o congruencia de significados, de imágenes que son reales en un plano simple, visible, cotidiano, pero que también nos remite a otras realidades significativas más complejas e invisibles. Es la representación perceptible o sensible de una idea, un signo sin semejanza ni contigüidad, que vincula convencionalmente sus significados, y se expresa preferentemente en un lenguaje analógico, metafórico, mediante imágenes.

Encontramos diversas definiciones que se complementan y nos acercan más a lo que podemos tomar como símbolo:
- Llamamos símbolo a un término, un nombre o una imagen que puede ser conocido en la vida diaria aunque posea connotaciones específicas además de su significado corriente y obvio (Carl G. Jung).
- Lo simbólico no remite al significado sino que representa el significado mismo (Gadamer).
- El símbolo tiene múltiples sentidos, que solo pueden describirse en palabras por los mitos, el lenguaje de lo sagrado y por la poesía (Ricoeur).

El ritual

Ritual de paso

La definición de rito se amplía cuando hablamos de ritual, pues estamos refiriéndonos a una serie de acciones o actitudes emparentadas, marcadas o signadas por algún valor simbólico y que generalmente encuentran un sentido o razón de ser en el contexto de un grupo humano –sea una religión o la tradición de alguna comunidad. Los rituales son, pues, procesos con acciones especiales, diferentes a las ordinarias, aun cuando se puedan practicar a diario, e incluyen objetos o palabras investidas de la posibilidad de modificar creencias, relaciones, significados o realidades. Aunque en el ritual hay una preparación previa, podemos identificar claramente tres etapas: el inicio, el desarrollo propiamente dicho de la sesión y la conclusión.

El ritual se inicia con la separación del oficiante, quien se prepara internamente, con reserva, silencio, intencionalidad y por lo general con alguna dieta especial y abstinencia sexual. El momento de la realización tiene un inicio, una etapa de desarrollo y un final, con acciones precisas, conexión con el contexto, los participantes y el mundo invisible. El oficiante observa y controla las interacciones que se dan en el espacio ritual abierto y utiliza diversos elementos y técnicas para lograr sus fines. La conclusión del ritual mediante algún acto significativo y el regreso a la realidad cotidiana, ordinaria, permite la integración de la experiencia y la reintegración personal.

Los ritos sacrificiales, como su nombre lo indica, “sacralizaban, hacían sagrado” un acto ordinario mediante la aceptación consciente de un dolor, una renuncia sentida o la ofrenda en un espacio ritual. En algunos pueblos de la antigüedad los sacrificios humanos eran comunes y aceptados por el oficiante, la comunidad y la víctima, “por un fin superior”. Hoy el sacrificio es simbólico, más sutil, pero nuestra sociedad hedonista rechaza instintivamente todo esfuerzo, todo lo que conlleve un ápice de displacer, lo que debilita la capacidad de acceso a lo sagrado, al rigor inherente al rito. Sin embargo, podríamos identificar un sacrificio sin sentido en el consumismo, en el “sacrificar el presente por un futuro mejor”, o mejor dicho, sacrificando la calidad de vida por el mito progresista de un futuro mejor.

Los espacios rituales se mantienen fuera de los límites usuales de la interacción cotidiana; están constituidos por actos simbólicos que incluyen las ceremonias y su proceso de preparación. Con palabras o no, contienen partes abiertas y cerradas que se mantienen unidas por una metáfora orientadora –un proceso orientado hacia un fin–, que conecta directamente con nuestro inconsciente y expresa, mediante imágenes, las paradojas de la existencia humana y su sentido. Hablamos de un espacio-tiempo diferente, que trasciende el tiempo cronológico y la linealidad de la lógica temporal y de la causalidad; se privilegia la vivencia subjetiva, la intuición, la percepción, el contacto con fenómenos de congruencia, resonancia, la integración y emergencia de conocimientos básicos y numinosos. Este es el campo donde actúa el ritual, conectando ambas realidades –la visible y la invisible, la sensible y la no sensible– y permitiendo su exploración e integración.

El ritual se inicia con la separación del oficiante, quien se prepara internamente, con reserva, silencio, intencionalidad y por lo general con alguna dieta especial y abstinencia sexual.

Cuando nos referimos a la modificación del estado de conciencia ordinario me- diante diversas técnicas –una de las cuales es el uso de plantas psicoactivas–, el ritual se configura en una tecnología que permite acceder con seguridad y protección al mundo invisible, a lo sagrado. Los rituales, aun los que son compartidos por varios grupos culturales, no son necesariamente iguales; se sustentan en una cosmovisión, en un aprendizaje específico. No obstante, guardan semejanza en lo fundamental, dentro de su variedad de expresión. En la selva amazónica, por ejemplo el ritual de ayahuasca, tiene una amplia variedad de formas de celebrarse, según la experiencia del guía. Sin embargo, hay pautas generales compartidas en cuanto a la preparación de la bebida, el aprendizaje o la transmisión del conocimiento, las prohibiciones y los cuidados energéticos, entre otros aspectos.

Hay rituales de purificación, de sangre, de tránsito o de paso, funerarios, iniciáticos, según los ciclos de la naturaleza, de conmemoración, de consagración, de exorcismo, de acción de gracias o de expiación; individuales o colectivos, con un oficiante que media o realizado personalmente, ancestrales o modernos… Rituales que definen y/o redefinen la identidad, otros que tienen que ver con la pertenencia al grupo –familiar, comunitario, étnico u otros–, cuyo ingreso y egreso está pautado, con requisitos y límites al interior del grupo. Igualmente, los hay de celebración, para marcar los cambios, los logros propios o grupales, o asociados a valores culturales. Pueden ser conmemorativos, también, cuando se busca recordar acontecimientos, instituciones o hechos fundacionales. En este grupo también podemos considerar los rituales que marcan el cambio de ciclos vitales: vida y muerte, uniones/matrimonios, rituales funerarios, ritos de pasaje o de iniciación, el inicio de una nueva etapa –vital o etaria– o la consagración, eventos que en nuestra sociedad occidental muchas veces han perdido su conexión con su sentido profundo y se han convertido en hábitos formales, vacuos.

Huarochiri

Tenemos rituales de curación o sanación bajo la forma de dispositivos terapéuticos simbólicos, utilizados para gestionar las pérdidas o los duelos, para limpiar y restituir la salud, y para marcar prácticamente todos los actos importantes de la vida. Este campo está bien definido en las medicinas ancestrales, cuya cosmovisión holística inscribe el quehacer humano dentro de un amplio espacio que incluye no solamente al individuo sino también su entorno (visión ecosistémica) y sus relaciones con el mundo invisible, espiritual, tan poblado y vivo como el mundo visible, cotidiano. El ritual del luto kacharina, por ejemplo, entre la población quechua lamista de San Martín, marca con precisión el periodo de duelo por la pérdida de un cónyuge. El tiempo del duelo se inicia con los rituales funerarios y durante un año la viuda se abstiene de vida social y utiliza collares negros, entre otras prescripciones. Al término se realiza una celebración en la cual se rememora al finado y se marca el fin del duelo con el cambio de ropa y collares de colores vivos.

En Takiwasi

En el Centro Takiwasi se trata a personas adictas a diversas sustancias o a prácticas dañinas, mediante un protocolo terapéutico que articula las medicinas ancestrales amazónicas, la psicoterapia moderna y un mínimo de medicina alopática. Esto implica necesariamente el uso de rituales, desde los de renuncia a las drogas y patrones nocivos de comportamiento –que acompañan los actos terapéuticos y las sesiones con plantas psicoactivas– hasta los de sanación personal y del sistema familiar, entre otros. Y no puede ser de otro modo, pues en el mundo moderno las adicciones expresan la soledad, el vacío del ser, su confusión y la desprotección en un mundo carente de sentido, sin puntos de referencia, pero con una gran necesidad espiritual. Ante ello, el consumo de drogas se realiza también en forma ritual, porque inconscientemente el individuo sabe, percibe que está accediendo a un espacio no ordinario y que necesita protección, un modo de ir y volver en seguridad.

Es notable, por ejemplo, entre los consumidores de drogas y otros grupos delictivos (pandillas, carteles, mafias), la reintroducción espontánea de códigos rituales (vestimenta, tatuajes, corte de cabello, piercing, tics verbales, modos de saludarse, etcétera) que confortan el sentimiento de pertenencia, la recuperación de cierto grado de identidad social mediante la reaparición de clanes, a tal punto que ciertos sociólogos evocaron una “retribalización” de los grupos marginales de la sociedad, en especial en las zonas periurbanas desfavorecidas. Sin embargo, el acceso de los adictos al mundo no ordinario usando sustancias se realiza de manera inapropiada. Emplean un medio incorrecto, no están preparados ni conocen que el contacto con el mundo invisible puede ser peligroso, y terminan ab- ducidos en una realidad paralela que controlan menos aún que la realidad ordinaria de la cual quieren huir. La meta del tratamiento no es simplemente la renuncia al consumo de drogas, sino que la persona pueda descubrir qué le da sentido a su vida, desarrollar sus potencialidades y relacionarse sana e integralmente con su mundo interior y con el mundo-otro mediante una espiritualidad coherente. En el tratamiento, el ritual acompaña cada etapa, le da a cada acto un significado, un tono diferente, mayor fuerza y profundidad.

El consumo de drogas se realiza también en forma ritual, porque inconscientemente el individuo sabe, percibe que está accediendo a un espacio no ordinario y que necesita protección, un modo de ir y volver en seguridad.

Se realizan actos rituales religiosos y profanos, simples pero cargados de significado, como el caminar hacia atrás, a manera de desandar simbólicamente el recorrido efectuado hasta el día presente. Otros son muy complejos, como las sesiones con plantas psicoactivas, en las que el ritual, muy preciso, abre con seguridad, y luego cierra, el espacio atemporal de comunicación con el mundo invisible, interno y externo. Orienta las energías espirituales y psíquicas que se movilizan durante la ceremonia, canaliza las intenciones, modula las vivencias según la necesidad y la finalidad del proceso terapéutico. Un ejemplo importante que muestra la operatividad del ritual, surgido de la experiencia personal, es la diferencia observada en el efecto de la planta vomitiva yawar panga (Aristolochia didyma) con y sin ritual. Al inicio del funcionamiento de Takiwasi, la sesión con esta planta vomitiva no estaba ritualizada, por considerarla un acto terapéutico mera o preferentemente físico. Administrada así, el efecto se iniciaba después de una hora o más y persistía hasta cinco o seis horas después. Al incluir el rito, se observó que el efecto se iniciaba más precozmente y se concluía más rápido, con menos dificultad, y que, al mismo tiempo, demostraba una mayor eficacia.

Los rituales, entonces, estructuran, son operativos, potencializan los efectos requeridos y pueden prevenir daños, cuidar la salud integral y sanar de una forma holística. Ello se manifiesta desde la etapa de limpieza o purificación con métodos depurativos, y sigue luego con la exploración del mundo interior ayudada por determinadas plantas integradas al tratamiento psicoterápico en protocolos rituales. Los rituales se introducen también para facilitar y consolidar la gestión de la comunicación, los procesos de expiación y de perdón, la reconciliación con los elementos naturales (agua, tierra, aire y fuego), el restablecimiento del contacto con la naturaleza, el prometer y deshacer promesas, la confección de máscaras, el reconocer y reparar las equivocaciones o transgresiones, la celebración con gratitud por la vida, el reconocimiento de los logros en el proceso terapéutico, el recogimiento en la meditación o la oración, el acceso a los sacramentos para los creyentes…
¡Todo lo que lleva a la curación se resume en un acto de reordenamiento del caos, de reconciliación consigo mismo, con los demás y con la vida!

Rituales contemporáneos

Los rituales han acompañado a la humanidad durante toda su existencia, y continúan haciéndolo, aunque a menudo no se tiene conciencia de ello o no se identifican como tales. En nuestra sociedad posmoderna aparecieron numerosos rituales profanos destinados a responder a la desacralización de la vida contemporánea. Como señalamos, el ritual se hizo más virtual que realmente simbólico, aunque recalcando la necesidad inherente a la naturaleza humana de atribuir significado a lo más cotidiano, de relacionar lo ordinario con lo extra-ordinario. Así, constante e inconscientemente, ritualizamos actos cotidianos buscando seguridad, pertenencia o conexión con la trascendencia, paliando la carencia de sentido de nuestra sociedad actual.

Vemos ejemplos profusos en el ámbito religioso, político y deportivo, así como en las ceremonias realizadas en los inicios de cursos escolares, los conciertos, la apertu- ra de las Olimpiadas o los desfiles. En todos ellos se hace referencia a un conjunto de creencias, a un orden, implantando una forma de hacer, una práctica que da un sentido diferente, profundo, a los actos simples: un buen inicio, la competencia, la hermandad, la lucha, la protesta, conjurar un daño posible... Estudiosos como el sociólogo Emile Durkheim, el antropólogo Víctor Turner o James Lull se refieren a los rituales como prácticas multidimensionales, espacios sacros, organizados, que, excediendo el ámbito religioso, se inscriben secularmente, dando per- tenencia a las comunidades, y contemporáneamente, con la participación de los medios de comunicación en su revitalización y difusión. Para Bettelheim, los rituales se expresan en lo cotidiano mediante actos individuales y colectivos.

Ritual y tarea

Libro Foros

Vemos, sin embargo, que muchas veces hay una confusión y se consideran rituales algunas acciones o tareas rutinarias que uno realiza en la vida cotidiana casi mecánicamente. ¿Lavarse las manos antes de comer es un ritual? ¿O saludar al entrar en una casa? Estas tareas están concentradas en el nivel cotidiano de los actos, en lo concreto, lo inmediato, y la importancia de cumplir los pasos es básicamente funcional; apuntan a obtener un resultado previsible y conocido, la meta de la actividad desarrollada. Aunque puedan tener un origen lejano de tipo religioso (purificación, mantenimiento de la concordia en la convivencia u otro), su repetición ad infinitum las ha constituido en acciones reflejas, hábitos o simples costumbres. Ya no movilizan mucha energía psíquica ni espiritual. El ritual va más allá; abarca múltiples niveles, con zonas abiertas y cerradas. Consiste en una serie precisa de acciones simbólicas que movilizan energía personal y colectiva interna, arquetípica. Está profundamente relacionado con los mitos y con una cierta cosmovisión, y su ejecución requiere una preparación especial.

En el ámbito de la salud mental, el ritual se usa como mecanismo protector, pero desvinculado de un propósito o de un sentido trascendente, y se convierte en una serie de actos que se repiten reiterativamente en el tiempo, siempre de la misma forma, sin razón aparente, procurando una sensación de seguridad. Entonces el hábito se convierte en compulsión, pulsión patológica y eventualmente en obsesión, como en el síndrome obsesivo compulsivo (TOC). Su efecto catártico, liberador de tensiones, y la ilusión de controlar mediante estas acciones un contexto inseguro o un agresor invisible, está en la base de su continuidad e intensidad. Un estudio aplicado en un grupo de alumnos de la Universidad César Vallejo, en Tarapoto (2013), muestra que todos identificaban uno o varios actos rituales que practicaban cotidianamente, fuera de índole religiosa (50%), de cuidado de la salud (35%), de pertenencia al clan familiar (35%) o por creencia o superstición (18%). Algunos mencionaron hábitos de cuidado de la salud aprendidos en etapas tempranas de su vida (22%). Apreciamos, con este sencillo estudio que, aun en nuestra sociedad desacralizada, el ritual está presente y vigente en la vida cotidiana, implícito, aunque conscientemente se reconozcan generalmente solo aquellos de índole religiosa o ceremonial festiva.

En conclusión

Podemos decir que los rituales constituyen una “tecnología de lo sagrado”, un modo de acceder de una forma segura al mundo invisible, trascendente. Son operativos y eficaces, y están desligados de juicio humano; también son precisos y, por ello, el error o la trans- gresión conllevan el riesgo de acarrear consecuencias desagradables, cuando no lesivas, independientemente de la buena o mala intención inicial del oficiante. Haciendo sagrado lo ordinario, lo simple –al ser atravesado por el ritual– accede a un plano superior, espiritual, más elevado; se sacraliza. Los rituales no son producto de una ideación caprichosa o creativa, sino que responden a leyes simbólicas universales –aunque teniendo una coloración cultural– y corresponden al acto y al contexto, a la intención y al sentido que los guía.

Tratándose de este espacio del CISEI, termino señalando cómo las espiritualidades indígenas pueden ayudar al ser humano moderno a recuperar el sentido de lo verdaderamente sagrado y sus aplicaciones en procesos terapéuticos –como en Takiwasi– para tratar patologías, especialmente de salud mental, que abarcan una dimensión existencial. Al reintroducirse en nuestra sociedad desacralizada, el ritual se muestra útil, sanador, al religar con la trascendencia y fomentar un encuentro con el sentido de la vida individual y colectiva. Ejemplo de esta fecundación son –además de la globalización de algunas medicinas tradicionales– variadas teorías y métodos nutridos por el contacto con rituales culturales y religiosos ancestrales, tales como las “constelaciones familiares” surgidas del contacto de Hellinger con la tribu zulú, la inspiración de Jung y otros investigadores al contactar poblaciones originarias de México, Oriente y África.


Publicado en “Foros Internacionales Espiritualidad Indígena y Mundo Occidental Perú 2015”, Apud Jacques Mabit & Ilana Berlowitz, Takiwasi Ed., Lima 2017, sección 1, pp. 39-45.